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El precio de lo que no tiene precio
No es lo que cobrás, es lo que transformás.
Arranco con esto:
¿Te pasó alguna vez tener que ponerle precio a algo que no se puede medir con dinero?
Volver a mi país, y a mi ciudad natal exactamente después de 30 años no fue solo un regreso físico.
Fue volver a empezar desde otro lugar. Y de cero. Una vez más.
Volver a presentarme.
A explicar qué hago, por qué lo hago, y sobre todo: qué cambia en la vida de una persona o de una empresa cuando lo vive.
Y en ese camino me encontré con algo inevitable: el mercado.
Como te diré una cosa:
No hay nada más difícil que ponerle precio a algo que no tiene precio.
Podés tasar una casa y el mercado regula ese precio, pero no podés medir el amor que se respira adentro.
Podés calcular una hora, pero no podés calcular lo que se enciende en alguien cuando despierta.
Acá es igual.
Hace poco, un empresario me dijo:
“Alejo, hace 20 años que trabajo acá y luego de escuchar tu conferencia, recién hoy entendí por qué y por quién me levanto cada mañana. Gracias por ponerle alma a lo que el mercado convirtió en rutina.
No se si cambiaste mi empresa, pero cambiaste mi forma de venir a trabajar y ver el valor de lo que realmente importa. Y eso, lo cambia todo.”
Eso no se cobra por hora.
Eso no entra en un ticket.
Eso transforma a una persona.
Y cuando una persona cambia, su equipo, su empresa, su familia, su entorno también cambian.
Si fueras mi cliente te diría esto:
Estos días estoy cerrando con dos empresas que quieren contratar mis servicios de manera conjunta.
Ambas, con la mejor de las intenciones, consideran que lo que ofrezco debería valer “tanto”, porque lo comparan con lo que cobra otra persona que da capacitaciones o charlas.
Y está bien, es lógico: cada uno mira desde donde puede.
Pero lo mío no es eso.
No vengo a llenar una agenda, ni a dar una hora de motivación.
Lo que comparto no se mide en tiempo: se mide en transformación.
El mercado pone precios.
Pero el valor lo pone la verdad de lo que ofrecés.
Y si lo que ofrecés es real, profundo y transformador, entonces no estás fuera del mercado:
el mercado simplemente todavía no te entendió.
Volver a mi ciudad, después de tres décadas, me enfrenta a un equilibrio muy fino:
que lo que ofrezco comience a tener rodaje, mostrar lo que hago, a que la gente lo viva.
Pero sin caer en la trampa de encojer lo sagrado y abaratar lo esencial para que cuadre en el excel del otro.
Sé que muchas veces, sobre todo en el mundo pyme, uno compara valores con lo que hay dando vueltas —capacitaciones, charlas, consultoras, lo que sea—.
Pero lo mío no entra en esa categoría.
Yo no soy un capacitador ni un motivador.
Lo que comparto no tiene que ver con fórmulas ni técnicas. Sino con alguien que trabaja en el plano invisible del propósito y la conciencia, pero con un lenguaje claro, terrenal.
Es el equilibrio exacto entre profundidad y aplicabilidad.
Lo que sucede en mis conferencias no se mide por hora ni por ticket.
Porque lo que se mueve en la gente después —lo que se abre, lo que se activa— va mucho más allá de una capacitación. No vengo a dar una charla.
No vengo a llenar un horario.
Vengo a provocar algo real: claridad, propósito, inspiración y conciencia.
No vengo a vender una hora: vengo a ofrecer una transformación real.
Eso no es un costo.
Es una inversión en humanidad.
Postdata:
Si llegaste hasta acá, te recomiendo que leas las publicaciones anteriores.
No tienen desperdicio.
Y si alguna te tocó, compartila.
Porque lo que no tiene precio, está bueno que se expanda.