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El pelo le crece en diez días. Pero la alegría, se queda.
El tono fuerte, real, y con ternura de un padre criando sin manual.
Arranco con esto:
Le hice una estrella en el pelo. No porque quedara linda. Porque él quería. Y era feliz con eso.
Cuando me enteré que iba a ser padre (y los años siguientes), me devoré los libros de María Montessori, los textos de la pedagogía Waldorf, la obra entera de Michel Odent, el tremendo “Raising Boys” de Steve Biddulph (buena merca), y un popurrí de teorías sobre cómo criar bien.
El checklist de lo que implica ser un “buen padre”, según esta gente, fue durante un tiempo mi brújula.
Y sí, me llevé herramientas valiosas, ideas brillantes y un surtido puñado de conceptos.
Pero el laudo al que llego hoy, no quiero decir que va en la dirección contraria, pero sí… rompe el molde.
La conclusión más honesta a la que llego es esta:
Si hay algo que mis hijos no necesitan, es un padre que les esté rompiendo los huevos todo el tiempo.
Sí, hay una línea fina. Sostener, guiar, poner límites (clave), mostrar el camino… todo eso importa.
Y te lo confieso: después de decirles algo una, dos, tres veces con calma, a veces también pego un grito. No soy el Buda de la crianza.
Pero también importa no pasarse de rosca.
Porque si los padres solo existimos para corregir, prohibir o reprimir, ¿quién se ocupa de enseñarles la alegría?
Como te diré una cosa:
La falta de reglas lleva al libertinaje. Pero el exceso de reglas nos vuelve rígidos, y convierte un hogar (y una empresa) en un regimiento militar.
Y no vine a criar soldados.
Vine a criar personas libres. Que se animen a sentir lo que sienten.
Por ejemplo, cuando vivíamos en España, no elegía ser esa cosa ultra rígida de “a las nueve no hay más pantallas”.
A veces querían ver una película y yo les decía:
—Bueno, pero mañana hay que madrugar.
Y si insistían, les proponía un trato:
Pacto de caballeros;
“Mañana…arriba los que van a Goya eh”.
(Esa expresión la conocen bien porque les conté que en Reconquista había una lancha que cruzaba el río, y el lanchero gritaba eso cuando salía: ¡arriba los que van a Goya!).
Ellos sabían que si hacíamos ese pacto, no había derecho a quejarse al día siguiente.
Y yo sabía que si me ponía rígido, me perdía un momento hermoso: los tres en mi cama viendo una peli antes de dormir.
Eso también es crianza.
Volviendo al tema…
Si mi hijo de seis años quiere una estrella en el corte de pelo… ¿por qué decirle que no? ¿Por estética? ¿Por vergüenza? ¿Por miedo a que se rían? ¿Por envidia? (Quizás un poco… jaja).
¿Que no es linda esa estrella chueca y rebelde? Puede ser.
¿Pero cuánto vale un momento de felicidad pura en un hijo?
¿Una carcajada? ¿Un espejo donde se ve y se gusta?
El pelo le crece en diez días.
Esa alegría, en cambio, se queda a vivir.
Si fueras mi cliente, te diría esto;
No rompas tanto los huevos. Los hijos no necesitan padres perfectos. Necesitan padres presentes.
Ah, y felices. Como ellos.
Moraleja:
Una estrella en la cabeza no cambia nada.
Pero un padre que sabe cuándo decir que sí… lo cambia todo.