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El parto de nacer en este mundo.
Del útero al sistema y protocolo. Nacer duele menos que adaptarse.
Arranco con esto:
Parir no es un trámite médico, es un acto humano sagrado.
Cuando con Belén nos enteramos de que íbamos a ser padres, decidimos lo clásico: clínica top, obstetra de renombre, Mater Dei, todo bajo control.
Una tarde viene y me dice:
—Negro, hay un curso que se llama Mater-Pater. ¿Vamos?
La curiosidad y la sed de aprender, siempre estuvieron en mí. Fuimos.
Y ahí apareció Melina Bronfman, hija de quienes trajeron la homeopatía a la Argentina.
Lo que dijo nos atravesó: partos en casa, respeto por los tiempos, la sabiduría de lo natural.
Nada místico ni volado. Todo criterio. Todo coherencia.
Le dije a Belu: olvidate de la fe de Dios, la gracia del Gurú (sí, también pasé por esa etapa) y de la divinidad…
Bien criteriosa y terrenal, y con ojos de médica, decime cuáles son los 20 escenarios más pesimistas, peligrosos, etc. a la hora de un parto.
Abrí un note y tomé nota de cada uno.
La llamé a Melina y le pedí si nos recibía a tomar un té, que tenía algunas inquietudes para plantearle, jeje.
Y llegué con un listado de las 20 preguntas más trágicas que podíamos imaginar:
“¿Qué pasa si hay circular de cordón? ¿Qué pasa si falta oxígeno, y si no dilata?”, etc.
Cada respuesta suya era ancestral, sensata, natural, sin ese intervencionismo armado para médicos y obras sociales.
Salimos de esa reunión y ya no había dudas.
Lo comunicamos a la familia: Feliciano iba a nacer en casa.
No era para abrir un debate, era sólo comunicar una decisión.
Y así fue: entre velas, cantos, agua, amor, un partero sabio.
Con mis propias manos lo saqué del vientre de la madre, le quité la doble circular de cordón y me lo puse en el pecho y luego en el de su mamá.
Así nació.
Le corté el cordón luego de unos 10' (hierro, oxígeno, células madre, vitaminas, etc.) que es cuando la transfusión placentaria cumple su cometido y no entre el minuto 1–3, como ocurre generalmente.
Como te diré una cosa:
La información es poder. Una mujer informada es una mujer empoderada.
En cambio, hoy, muchísimas llegan al parto desinformadas y atrapadas en un sistema que prioriza camas libres, cesáreas rápidas y facturación antes que humanidad.
Argentina tiene casi un 60% de nacimientos por cesárea. Lo recomendado es un 8%.
¿Por qué?
Porque se “programan” partos en función de feriados y agendas médicas.
De hecho, en épocas de mundiales de fútbol, navidades y semanas santas, las cesáreas se incrementan en más de un 1000% (jeje).
Y también porque hay ignorancia.
Médicos formados sin una sola materia de Michel Odent, sin contacto con doulas, sin pedagogía de crianza.
De hecho, en las guardias está mal visto dejarle al turno siguiente una mujer en estado parturiento.
Con Florencio todo fue distinto.
Cada alma decide cómo, cuándo y dónde nacer.
Y así lo validaron las cartas astrales que les hicimos a cada uno en su momento.
Dos meses antes se encajó: “A mí llévenme a un hospital”, dijo el tipo.
Y ahí entendí de nuevo: la cesárea es un milagro de la ciencia, cuando es necesaria.
El problema es que el 90% de las veces no lo es.
Si fueras mi cliente te diría esto:
El parto debería ser de la mujer, no del sistema.
Que decida informada.
Con epidural o en casa.
Con cesárea o en el agua.
Pero que decida ella, con toda la información.
La medicina avanza. Y eso está bien.
Pero la ciencia no reemplaza la sabiduría de la vida.
Finlandia, con uno de los mejores sistemas de salud del mundo, lo entendió: doulas en guardias de 8 horas, con trabajos de partos que pueden durar días, respeto absoluto por la fisiología.
Acá todavía medimos al bebé apenas nace, como si ese dato se lo pudieran meter en el Excel de Dios.
Un bebé estuvo durante 9 meses en el más absoluto reposo, cuidado y contención de amor que jamás alguien pudiera imaginar (o crear, je) y de repente, porque hay un protocolo médico del orto, a ese bebé recién salido lo estiran a la fuerza para medirlo??!!
Dejá que ese humanito vaya moviendo y estirando las piernitas de a poco... paso a paso...
Y una vez que lo hizo de manera natural, ok, medí lo que tengas que medir.
Después de recibir a Feliciano en la intimidad de nuestra casa —velas, música tenue, mantras, en el agua y mucho amor— quisimos repetir ese rito con Florencio.
Cada alma elige la manera de llegar; el nuestro decidió encajarse tres meses antes.
Hicimos todo con cuidado: manos que mecen, cantos de una chamana peruana que venía a nuestra morada en el corazón de Belgrano, maniobras suaves para invitar al bebé a girar y coronar.
Todo amor, todo ternura, pero el tipo no quería saber nada de nada.
Y entonces nos comentan de un médico que era “la eminencia” en hacer la maniobra VCE (versión cefálica externa), donde con ciertos movimientos invitan a girar al bebé.
Ok, probemos, dijimos con Belén.
Estábamos ya preparados, Belu con la cofia, bata estéril, etc. y comenzaron a llegar estudiantes, observadores… una sala que parecía una pequeña clínica de espectáculo.
Entró "la eminencia" sin saludar, sin mirar a Belén, sin presentarse al bebé.
Entró con aires de Conor McGregor entrando al octógono o un Maluma al show.
No pretendo que tenga el nivel de sensibilidad, consciencia o criterio básico para hablarle al bebé...
“Hola Florencio, soy el médico fulano de tal y con el permiso de tu mamá te haré unos movimientos…” bla bla.
No hubo ni una palabra dulce, ni siquiera un “hola Florencio” o aunque fuese un tímido y protocolar a Belén: “Hola, ¿cómo te llamás?”.
Entró.
Dio unas órdenes, se quejó por no sé qué pelotudez y comenzó con movimientos que, si bien requieren una cuota de intensidad, los hacía con una fuerza extremosa que acariciaba lo violento.
Luego de unos prudentes 30 segundos la miré a Belu y, por su semblante, en voz alta dije:
“Negra, ¿cómo te sentís?”
Belén bajó la mirada; yo sentí que la habitación se volvía pequeña.
Dejé unos segundos más y solté un:
“Belu, ¿querés que el médico pare?”
“Sí, negro”, me dijo.
—Doctor, hasta acá llegamos. Disculpe, pero acá se terminó.
—No, pero ya lo organizamos todo, no puede pararlo así nomás...
—No le ponés una mano más encima a mi mujer., le dije.
El tipo se enfureció, dio la vuelta y se fue.
Florencio nació por cesárea.
Con Belu habíamos negociado algunas cositas del protocolo médico —esas pequeñas batallas que se dan en silencio, entre el amor y la burocracia—.
Algunas logramos que las respeten, otras no tanto.
Cuando nació, me lo puse un ratito arriba mío, lo sentí respirar, y enseguida se lo pasé a Belu.
Cortaron el cordón bastante rápido, no pude negociar que esperen los nueve minutos que permiten que toda la sangre y el hierro pasen del cuerpo de la madre al del bebé.
Pero bueno.
Y ahí me lo llevé a Neo.
Entro con él en brazos y, claro, estamos hablando de un ser que venía de nueve meses en un Samadhi profundo, de oscuridad cálida, amor líquido, silencio total…
Y de pronto parecía la final de la Champions: luces, luces, luces, todo blanco, todo brillante, todo ruidoso.
Entonces, en milésimas de segundo, busco con la mirada al más humano del lugar, al que tenía la cara más bondadosa.
Y con mucho respeto y mucho tacto, me acerco despacito y al oído le digo:
“Disculpame, te hago una preguntita… ¿se pueden bajar un poquito las luces?”
El tipo me miró sorprendido, como si nadie en la historia le hubiera hecho esa pregunta, y me dice:
“Sí, ningún problema.”
Y ahí, pum, bajaron las luces.
Y en ese gesto mínimo, en ese segundo de humanidad dentro del quirófano, entendí algo simple pero enorme:
Los detalles hacen la diferencia. Siempre.
Moraleja:
No se trata de si tu hijo nació en casa o en una clínica, con cesárea o sin anestesia.
Se trata de cómo cuidamos a la mujer y al bebé en el momento más humano y sagrado de todos: el de llegar a este mundo.
Que la información esté disponible.
Que el respeto sea norma.
Que cada mujer pueda parir —o ser parida— desde la libertad, y no desde el miedo.
"Posible circular de cordón, vamos a cesárea."
Una simple frase se lleva puesta a esa mujer desinformada.
Inviten a las Melinas Bronfman y a los Franciscos Saracenos (nuestro querido partero) del mundo a cada sanatorio y hospital, a cada cátedra de medicina de cuanta facultad exista en el planeta.
Metan una materia que se llame Michel Odent I y II, otra Doulas, Introducción a no cagar la bienvenida al planeta o de última una que se llame Medite essssta antes de medirme.
La decisión sobre cómo parir le corresponde siempre a la madre.
Pero para que esa decisión sea real, debe estar informada, porque de lo contrario pierde poder y termina en manos de un sistema que le dicta el camino:
“Está muy cansada, no va a poder.”
“No dilata lo suficiente, cesárea.”
Lo más elemental indica que una mujer debería parir en una posición que acompañe la gravedad, no acostada como suele imponerse.
Sin embargo, el parto se adapta a la comodidad de médicos e instituciones, y no a la fisiología femenina.
¿Cómo puede ser que algo tan natural como nacer haya quedado diseñado para el sistema de salud y no para la mujer?
Es pura lógica, pura gravedad, pero hemos dado vuelta lo esencial.
Que cada nacimiento sea un acto de libertad.
Que ninguna mujer se vea obligada a parir desde el miedo o desde un protocolo que no eligió.
Que el conocimiento abra las puertas y el amor marque el camino.
Porque traer un hijo al mundo no debería ser repetir lo que dicta un sistema, sino honrar la decisión consciente de quien lo gesta: su cuerpo, su verdad, su poder.
Y como dijo Michel Odent:
“La mejor manera de reducir la violencia en el mundo es mejorar la manera en que nacen los bebés.”
Porque ese primer acto de la vida es la semilla de cómo aprendemos a confiar, a amar y a habitar la tierra.
Cada parto humanizado es un gesto de paz futura.